El Templo Mayor y la conspiración de Independencia

El 13 de agosto de 1521, la capital del Imperio Mexica cayó en poder del Comandante Hernán Cortés, con lo que se consumaba la conquista de México. En los meses siguientes, los conquistadores llevaron a cabo la reconstrucción de la ciudad, para que fuera habitada por las tropas españolas y los colonos y funcionarios reales que llegarían de la Península Española.

Aunque tardó todavía algunos años en pie, el Templo Mayor de los aztecas fue también demolido y uno de los oficiales de Cortés, don Alonso González de Ávila, emprendió la construcción de la casona que habitaría junto con su familia, sobre las ruinas del gran templo mexica. Sin embargo, como veremos en esta historia, el destino deparaba un triste final a la familia y a la residencia de este soldado de la conquista.


La rebelión y la Santa Inquisición

Pues bien, en aquella casa habitó don Alonso, quien por su contribución militar a la conquista había recibido el beneficio de una encomienda, es decir, una extensión de tierra con sus habitantes indígenas para trabajarla. Al morir don Alonso, dos décadas más tarde, sus sobrinos quedaron viviendo en la mencionada casona.

La vida transcurrió apaciblemente para los hermanos Ávila, quienes gozaban de una buena posición social y fortuna, hasta que un inesperado acontecimiento vino alterar su feliz existencia. En 1565, liderados por el Marqués del Valle de Oaxaca, don Martín Cortés, hijo del célebre conquistador de México, los hermanos Ávila y otros jóvenes encomenderos planearon rebelarse en contra del Virrey, para establecer un reino independiente y proteger así sus encomiendas, después de que el monarca de España había decidido terminar con esta forma de propiedad.

No obstante, la rebelión fue descubierta y los hermanos Ávila fueron apresados por las autoridades y condenados a muerte por la Santa Inquisición, por haber atentado en contra del Virrey. Esta historia fue narrada en verso por Juan de Dios Peza, célebre escritor y poeta, en su célebre libro Leyendas históricas, fantásticas y tradicionales de las calles de la Ciudad de México, del cual mostramos a continuación un fragmento:

La noche del 6 de agosto,
del año de mil quinientos,
sesenta y seis, a las siete,
fueron sacados los reos,
montados en sendas mulas,
entre lágrimas y duelo.

En la sola y espaciosa
Plaza principal de México,
junto a las casas que siempre
ocupó el Ayuntamiento,
se alzó fúnebre tablado
de negro paño cubierto
y que sólo algunas hachas
bañaban con fulgor trémulo.

Éstos, con sus confesores,
las toscas gradas subieron,
y ya junto a los verdugos,
al triste lance dispuestos,
cuando devotos rezaban
con sonora voz el Credo
rodaron ambas cabezas
aterrorizando al pueblo.


Tras de ser decapitados en la Plaza Mayor, la Inquisición determinó que la casa de los hermanos Ávila fuera destruida. El predio, regado con sal, fue objeto de una maldición, prohibiendo expresamente la Inquisición que volviera a constituirse edificación alguna en aquel fragmento de tierra.

Y no faltó quién al observar las lúgubres ruinas de la casona del otrora poderoso soldado español, dijera que aquella tragedia había sido provocada por el dios azteca del sol y de la guerra Huitzilopochtli, quien así vengaba la afrenta de quien se había atrevido a construir su casa sobre la gran pirámide de la antigua Tenochtitlan.

Un gran descubrimiento

Pasaron los años y los siglos, y en la década de 1970 nos encontramos con que en el predio que ocupara en tiempos antiguos el Templo Mayor, se encontraba una casona, que por cierto alojaba a una conocida librería. Pues sucede qué, en la madrugada del 21 de febrero de 1978, una cuadrilla de trabajadores de la Compañía Federal de Electricidad que se encontraba excavando en la calle de Guatemala, en el Centro Histórico, descubrió la escultura de la diosa Coyolxauhqui, lo que motivó la intervención de los arqueólogos del INAH.

Muy pronto, los arqueólogos hicieron una sorprendente revelación, al declarar que habían encontrado nada menos que las ruinas del Templo Mayor. Ante ello, el gobierno mexicano decidió derruir las edificaciones que cubrían estas ruinas.

Y no faltó quien afirmara que, tal y como sucedió en el año de 1566, quien se atrevió a edificar su casa sobre las ruinas de la pirámide de Huitzilopochtli, fue objeto de la venganza del temible dios mexica.

De esta y otras historias se ha nutrido a lo largo de los siglos nuestra literatura nacional y, muy en especial, las célebres leyendas de las calles de la Ciudad de México, que tan magistralmente han recogido los cronistas de esta capital, tales como Luis González Obregón, Artemio del Valle Arizpe y Juan de Dios Peza, entre otros.


Te recomendamos que, cuando las condiciones de salud así lo permitan: Visites la Zona arqueológica de Templo Mayor y observes la inscripción grabada en un muro que narra la historia de la muerte de los hermanos Ávila y la destrucción de su casa por la Inquisición.